Son las siete en punto de la tarde. Damián toca el timbre del piso nueve del edificio que está en Arenales y Maipú. “Ya bajo”, dice una voz femenina. Espera unos minutos más. Una mujer de unos cuarenta años le abre la puerta y lo dirige hasta el ascensor. Cruzan un par de palabras y sonríen. La mujer lo hace pasar al consultorio del doctor Pérez. Como todavía sigue la pandemia del Covid le pone alcohol en las manos, un camisolín y una cofia. Le pide la radiografía y lo hace pasar. Llegando al escritorio le pregunta qué muela se va a sacar. “La de la derecha”, le contesta. La secretaria lo hace acercarse al escritorio y le da unos papeles para firmar. Lee y se asusta un poco, sobre todo cuando dice “partes de la muela pueden llegar a ser tragadas”. Se arrepiente un poco de haber ido. Después de todo el dolor que sentía no era constante y bastante soportable. ¿Podía decir que no e irse? ¿O ya no tenía escapatoria? Decide ser valiente y pone la firma. El doctor lo llama enseguida. Eso es lo bueno de la pandemia. Ya no hay que aguardar horas en la sala de espera. Deja su mochila en un banquito y se sienta. El doctor Pérez le explica que va a sentir un tirón muy, muy fuerte, pero que no le va a doler. Le da un escalofrío. Se enjuaga la boca como le indica. El dentista acomoda el asiento y lo enceguece con la lámpara. Abre la boca y se entrega al sufrimiento. Le da un primer pinchazo que no duele tanto. De fondo se escuchan Los Piojos. Por lo menos su verdugo tiene buen gusto musical. Imagínense sacarse la muela del juicio con un hard rock. Cuando se quiere dar cuenta tiene la aguja otra vez en la boca. Ese pinchazo sí duele. Siente como el líquido se le va metiendo adentro de la encía. ”Vamos a esperar unos minutos”, le dice Pérez. Damián lo mira y trata de descifrar su apariencia debajo del barbijo y la máscara. Con el tema del Covid no tuvo una consulta previa. Fue todo por Whatsapp. Por lo tanto, estaba por escarbarle la boca alguien que ni siquiera había visto ni por foto. Una especie de cita a ciegas. O peor. Es como entrar a una habitación a tener sexo con alguien que no viste en tu vida. El dentista se acerca y dice que va a empezar. Le mete una pinza gigantesca y empieza a tirar. Siente dolor. No debería sentir dolor. Comienza a emitir sonidos para que se dé cuenta de que algo no anda bien. Me mira y me pregunta si me duele. Le dice que sí y saca la aguja de nuevo. Siente otra vez el líquido metiéndose en mi encía. Espera un minuto y empieza a tirar. Nuevamente dolor. Vuelve a gritar. Lo mira sorprendido porque todavía su boca no está dormida. “Vamos a esperar un par de minutos más”, le dice un tanto impaciente. Luego de un par de minutos vuelve a tirar, pero Damián ya no siente nada más que grandes tirones y la sangre tibia invade toda la boca. De repente el dolor aparece nuevamente, pero en el labio. Sin darse cuenta, el doctor está apretando la pinza contra su labio superior. Empieza a hacer ruidos para llamar su atención. “¿Te sigue doliendo?”, exclama algo molesto, pero cuando mira bien se da cuenta de lo que sucede. Quita la pinza, pero ya es tarde, la herida ya está hecha. Sigue escarbando un poco más y cuando Damián piensa que ya está por terminar, empieza lo peor. Los tirones cada vez se hacen más fuertes. Parece que le va a arrancar toda la dentadura. Cierra los y se retuerce de los nervios en asiento. Se agarra la ropa y respira profundamente. El dentista le dice que no tenga miedo, pero lo tiene y mucho. ¿Qué es lo que quiere de él? No pareciera una simple extracción. Siente que algo le toca la cara. Está a punto de abrir los ojos, pero justo el doctor Pérez le dice que se quedara quieto. El corazón le late muy fuerte. Hay algo que no está bien. Siente nuevamente que algo le toca la cara. Abre lo ojos y casi se muere. Tiene una rata gigantesca escarbándole la boca. Quiere gritar, pero no puede. Si se llega a mover un milímetro la pinza puede lastimarlo. Cada vez siente que sale más sangre. Pero la rata no parece darse por vencida. Quiere su muela a toda costa. ¿Qué hará con ella después? Siempre fue un misterio el porqué un ratón junta los dientes y se los lleva a cambio de dinero. ¿Le dará plata después de semejante tortura? La rata se acerca un poco más a su cara. Ya no lleva puesto ni el barbijo ni la máscara. ¿En qué momento se lo había sacado? ¿Era por eso que estaba todo tapado? Siente como su pelaje lo toca y le da un escalofrío. Que animal tan repugnante. Hubiera sido más feliz sabiendo que el ratón Pérez eran los padres. Los tirones se hacen cada vez más fuertes. Le gustaría saber qué está pasando, pero obviamente las circunstancias no le permiten emitir una sola palabra. De repente siente algo sólido rodando por su lengua y se acuerda del papel que firmó. ¿Qué pasaría si ese pedacito de muela entra en su garganta y se muere asfixiado? El susto le dura un segundo, porque la garra de la rata es más rápida y saca el pedacito antes de que pudiera caer. No cabe duda de que no piensa dejar ni un milímetro de la muela dentro de él. Siente que está adentro de ese consultorio hace horas. Está cansado y quiere que pare. En ese instante parece que sus deseos se hacen realidad. La rata suspira. Damián que está con los ojos cerrados siente un golpe. Abre un ojo y después el otro. La rata ya no está. Solo está el doctor Pérez que se ve exhausto. Le dice que sacó prácticamente toda la muela, pero que tuvo que dejar una pequeña puntita que estaba muy agarrada y que para sacarla tendría que romper el hueso y no valía la pena. Damián le pregunta si puede ver la muela extraída. El doctor le clava los ojos, pero acepta mostrársela. Lo hace de lejos. Damián se acerca para verla mejor, pero el dentista se la corre y la vuelve a poner en su lugar. Siente la boca prendida fuego. Lo que le espera cuando se vaya la anestesia. Sin dudas la otra muela que debía sacarse quedaría en el lugar. No quiere encontrarse nuevamente con esa rata inmunda. Pérez le da un papel donde están todas las indicaciones de lo que te tiene que hacer en las próximas horas y le hace una receta para unos antibióticos y un calmante. Le da las gracias mientras se saca la cofia y el camisolín y una vez que guarda todo se retira del consultorio. Antes de salir mira para atrás y lo ve al doctor Pérez mirando a la muela totalmente hechizado y a su larga cola moviéndose despacio.