martes, 18 de julio de 2023

Ya va a llegar


24 de noviembre de 2011. El día anterior habíamos terminado el último año del secundario y para celebrar, con algunas chicas del curso, decidimos ir a la fiesta de egresados de uno de los colegios que había ido con nosotros a Bariloche. Nos juntamos a hacer previa en lo de una de ellas. Comenzamos a tomar y a contar anécdotas de lo que había sucedido a lo largo del año. Llegado un instante de la noche, el alcohol ya había hecho de las suyas y completamente desinhibidas y, sin ningún motivo, nos sacamos las remeras para quedarnos en corpiño. Sin embargo, cuando estábamos en pleno momento de libertad femenina, los remises que habíamos pedido para trasladarnos de Florida a San Martín (donde era la fiesta) tocaron el timbre. Nos cambiamos rápido y bajamos. Antes de subir, acordamos que volveríamos todas juntas ya que la zona no era para andar solas. 


Cuando llegamos a la fiesta, nos terminamos separando. Yo terminé solo con dos amigas, pero aún así la pasamos muy bien. Bailamos mucho, hicimos sociales y cómo todavía éramos muy jóvenes nos quedamos hasta que cerró el boliche y nos echaron a todos. El problema comenzó cuando buscamos al resto del grupo y no encontramos a nadie. Enviar un Whatsapp no era una opción porque todavía no existía. Entonces, de repente, nos encontramos las tres en el medio de San Martín sin saber dónde estábamos paradas a las seis de la mañana porque los celulares de esa época no tenían Internet y no se solía llevar la guía T al boliche.


Nos acercamos a una remisería que había en la esquina, pero claramente no había ni un solo auto. Aclaro que Uber tampoco existía. Nos quedamos paradas, con el primer sol de la mañana dándonos en la cara, sin saber qué hacer. Hasta que por fin alguien nos indicó que el 161 (que pasaba por mi casa), paraba en la otra esquina. Esperamos un buen rato hasta que finalmente llegó y nos subimos. Pasamos por toda la zona de fábricas, vimos subir a los que iban a trabajar y dimos mil vueltas hasta que por fin llegamos a una zona que conocía. 


Viajamos un poco más hasta que llegué a mi parada y me bajé. Mis amigas debían seguir unas diez cuadras más hasta Avenida Maipú donde tenían que tomarse los colectivos que las llevaban hasta Olivos y Munro. Yo por algún motivo que desconozco hasta el día de hoy, me bajé del colectivo y fui corriendo tres cuadras desde la parada a mi casa. Me puse el pijama y directamente morí de cansancio ya que eran como las siete de la mañana. Una o dos horas después siento que suena el celular. Era la mamá de mi mejor amiga que me preguntaba si sabía dónde estaba su hija porque todavía no había llegado. Yo muy dormida y todavía un poco borracha, no entendía mucho qué estaba pasando. Le respondí que ya iba a llegar y me volví a dormir (qué amiga, ¿no?). 


Al rato me desperté de nuevo y caí en la cuenta de la situación. La llamé desesperada a mi amiga, que por suerte ya estaba sana y salva en su casa, y me enteré de todo lo que le había sucedido. Resulta que cuando se subió a su colectivo, tenía pocas monedas (no, la SUBE tampoco estaba en auge en ese momento) y le pidió al chofer $1,10, cuando para llegar a su casa necesitaba un boleto de $1,25. Como en su cabeza el chofer la iba a descubrir y la iba a bajar del bondi, se hizo la dormida, pero claramente después de la noche que habíamos pasado se quedó dormida de verdad y cuando se despertó, estaba en el medio de Villa Adelina. Y ella, en vez de avisarle al chofer, decidió bajarse en el medio de la nada. Monedas para tomarse un colectivo de vuelta no tenía y como siempre le pasaba, estaba sin saldo en el celular para llamar a sus papás. Por suerte, no pasó mucho tiempo hasta que su papá la ubicó y la fue a buscar. Y obviamente, como toda situación que podría haber terminado mal, pero terminó bien, se convirtió en una anécdota de la que nos reímos hasta el día de hoy y la frase “ya va a llegar” quedó inmortalizada para toda la vida. 




 

miércoles, 7 de junio de 2023

Eduardo, vení a bucar a Juan Cruz - El final

La banda

Me llamo Gustavo y me dedico a la música hace treinta años. Siempre soñé con consagrarme y que todos me conozcan, pero los que estamos metidos en este mundo sabemos como solo muy pocos son los que llegan. Estuve en muchas bandas, toqué en bares, en teatros chicos, en eventos y, solo de hobbie, en algunas plazas porteñas. Aquel domingo me levanté temprano, me hice unos mates, leí el diario y después de almorzar nos juntamos con la banda en San Telmo para animar un poco a los turistas. Acomodamos todos los instrumentos sin apuro y empezamos con algunas canciones del Flaco, fuimos pasando por diferentes artistas: Charly, Fito, Pappo. Los clásicos que a todos les gustan. Además, cuando ya teníamos a la gente cautivada, tocamos algunos temas propios que fueron bien recibidos. La gorra se iba llenando de a poco, aunque nosotros tocábamos más por placer que por la plata.


En un momento vi a lo lejos a un nene llorando. Una pareja se le acercó y después de hablar unos minutos con él, el hombre lo subió a los hombros y todos empezaron a aplaudir como si estuvieran en la playa. Me daba mucha pena porque el nene no paraba de llorar. Me hizo acordar a una vez que de pibe me perdí. Es desesperante no saber donde están tus papás. Por lo tanto, le hice una seña al flaco para que se acercara con el chico y le pregunté cómo se llamaba y a quién estaba buscando. “Me llamo Juan Cruz y mi papá se llama Eduardo, me respondió entre sollozos. Y entonces mis dedos empezaron a tocar las cuerdas de mi guitarra sin un rumbo fijo. Salieron los primeros acordes y empecé a cantar “Eduardo, vení a busca a Juan Cruz”. No sé cómo me salió ese ritmo, pero la banda lo enganchó al toque y todos los que nos estaban mirando empezaron a corear la canción.


Al cabo de unos diez minutos apareció el padre. Se acercó hasta el escenario riéndose, andá a saber de qué. Tal vez eran los nervios por tanta exposición. Finalmente se abrazaron y se fueron de la mano. Mientras tanto el público no paraba de aplaudir. Cuando terminó el día, volví a casa y el teléfono empezó a explotar de mensajes. Resulta que alguien había filmado todo la situación de la canción para encontrar al padre del pibe y se volvió viral. No había persona que no cantara “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. No lo podía creer. Igualmente lo mejor pasó al día siguiente. Como el video llegó hasta la televisión, nos llamaron de varios canales para hacernos entrevistas. También firmamos un contrato para que nuestro tema sea la melodía de una publicidad de Anaflex y nuestros temas empezaron a tener un montón de reproducciones en Spotify. Yo no sé cómo habrá terminado la historia de Eduardo y Juan Cruz. Probablemente la madre del chico lo haya terminado castrando al padre cuando se enteró, pero en lo que respecta a nosotros, nos volvimos un éxito. 





lunes, 29 de mayo de 2023

Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz II

 Eduardo


Yo sé que muchos padres me van a entender porque ser padre no es fácil y mucho menos ser padre separado. Aquel fin de semana mis intenciones fueron las mejores. Sabía que mi hijo no estaba pasando un buen momento a raíz de la separación de sus papás y por eso se me ocurrió llevarlo a pasar el día del niño a Buenos Aires porque sabía que él deseaba mucho conocer el Obelisco. El sábado salió todo fantástico. Paseamos por Palermo y Recoleta y por supuesto terminamos comiendo una pizza de Guerrín con el Obelisco de fondo. Me acuerdo de que le pregunté si al final Ramiro tenía razón y era mucho mejor que el Monumento a la Bandera. Me contestó que era diferente. Que como estructura el Monumento a la Bandera le ganaba por goleada. Que no se podía comparar un palo con punta con un conjunto de cemento que desde el cielo formaba un barco. Pero que lo que tenía de especial el Obelisco era toda la mística de alrededor. Las luces, la gente caminado, los autos, los edificios. El conjunto era una obra de arte. Claramente lo dijo con palabras de un niño de diez años, pero básicamente el concepto fue ese.


A la noche nos dormimos ni bien tocamos la almohada, estábamos muertos. Al día siguiente nos levantamos temprano y fuimos hasta La Boca. Recorrimos Caminito, le mostré la Bombonera y nos mandamos terrible milanesa a la napolitana con papas fritas. Después de descansar un rato, nos fuimos a San Telmo. Quizás no era un plan muy divertido para un nene, pero yo amo las antigüedades y no hay mejor lugar para verlas que en San Telmo. Nos metimos en el mercado aunque estaba lleno de gente y me enamoré de cada cosa que vi. Sin embargo, se robó mi corazón una lámpara que era igual a una que tenía en mi casa cuando era chico y que había pertenecido a mi abuela. No la quería, la necesitaba y estaba dispuesto a pagar cualquier cosa por ella.


Me empecé a acercar al puesto con Juan Cruz, pero había tanta gente que me lo aplastaban al pobre pibe. Por lo tanto, le pedí que se quedara parado al lado de una columna que había por ahí y donde lo podía ver desde cualquier ángulo. Finalmente llegué al puesto y pregunté el precio de la lámpara. Doce mil pesos. Ni lo dudé. Saqué mi tarjeta y se la pagué de un saque. Me fui embobado mirando mi lámpara. Y no, no es que me lo olvidé a Juan Cruz. Fueron unos segundos de distracción nomás. Si alguno de acá es padre saben que esas cosas pasan. A todos en algún momento les pasó que se distrajeron y cuando volvieron en sí el pibe estaba metido en el barro hasta el cuello o comiendo la comida del perro. Somos humanos y no hay un manual sobre cómo ejercer la paternidad. Así que la cosa se pone difícil a veces.


La cuestión es que fueron unos segundos de distracción. Unos pasitos que dí demás, pero me di cuenta al toque que me faltaba mi hijo. Lo que pasa es que cuando me dí vuelta para buscarlo en la columna donde lo había dejado, él ya no estaba. El corazón se me subió a la boca y casi se me salió del cuerpo. Se me cortó la respiración cuando vi esa columna vacía. Empecé a mirar para todos lados y a gritar el nombre de Juan Cruz. Le pregunté a todo el mundo si lo habían visto y nada. Me empecé a reir. Algunas personas cuando están nerviosas se van por el inodoro, otra se ponen a llorar desesperadamente. Bueno, yo cuando me pongo nervioso me rio. He llegado a reirme a carcajadas en situaciones terribles. Es algo que no puedo controlar. Me senté en un banco y me agarré la cabeza. No podía creer que había perdido a mi hijo. Traté de calmarme para poder pensar mejor y encontrar una manera de encontrarlo. Por un momento se me cruzó por la cabeza que alguien lo podía haber raptado. El corazón se me frenó por un segundo.


De repente empecé a escuchar música y aplausos. Pensé que era un simple show en la plaza, pero de a poco pude distinguir la letra. “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”, entonaban con un ritmo rockero. No podía ser, aunque tampoco podía ser tanta coincidencia. Me paré sin darme cuenta que había dejado la lámpara en el banco, y me acerqué despacito hasta donde estaba todo el alboroto. A lo lejos pide ver que había un nene en los hombros de un hombre y que todo el mundo estaba coreando “Eduardo, vení  buscar a Juan Cruz”. Me empecé a reir otra vez de los nervios. Me acerqué un poco más y ya no cabían dudas, el que estaba en los hombros de aquel hombre era Juan Cruz. Me acerqué riendome, no podía controlarlo, y le di un abrazo a mi hijo. Le agradecí a todos por haberlo encontrado y nos fuimos rápido porque me daba mucha vergüenza la situación que estaba viviendo. Juan Cruz no me decía nada, me miraba con odio, pero sin decir una palabra. De repente veo el banco donde estaba sentado y la lámpara que seguía ahí. Corrí hacia ella y la agarré. Solo bastó tocarla para largarme a llorar. No sabía cómo pedirle perdón a mi hijo por haberlo perdido. Por suerte el chico se apiadó de mí y me dio unas palmadas en la espalda. “No te preocupes, pa. Olvidémonos de esto. Comprame algo rico para comer en compensación y asunto terminado”. Me hizo reir, la extorsión no podía faltar. Le pedí que por favor no le dijera nada a su madre. Que lo ocurrido fuera un secreto nuestro. También le prometí que, además de comprarle algo rico, le iba a comprar el jueguito de play que me había pedido por haberle hecho pasar un mal momento.


A eso de las seis llegamos de nuevo al hotel. Yo me había quedado sin batería, entonces enchufé el teléfono para ver si me había llegado algún mensaje. QUINCE LLAMADAS PERDIDAS DE MI EX TENÍA. Resulta que alguien había filmado la situación en la plaza donde todos coreaban nuestro nombres y se había hecho viral en cuestión de minutos. La madre de Juan Cruz casi me mató. No sé todo lo que me dijo. Nunca la había escuchado tan enojada. La quise ablandar diciéndole que ella una vez también lo había perdido en la plaza unos años atrás, pero me retrucó diciendo que a ella nadie le había compuesto una canción ni habían hecho un video que se viralizó por todo el país. En eso tenía razón. Le iba a decir que en ese momento no existían los celulares con cámara, pero me pareció mejor quedarme callado. Cuando volvimos a Rosario, tuve que escucharla de nuevo, pero en persona. Y no solo a ella, el lunes me tuve que bancar a todos mis compañeros del trabajo cantándome sin parar “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. La letra era tan pegadiza que al final del día hasta yo la tarareaba. Por suerte la tortura duró solo un par de semanas, hasta que otro video se hizo viral y se olvidaron de mí. Bah, olvidarse es un decir, porque hasta el día de hoy, esa sigue siendo la anécdota estrella de cada juntada. Lo único bueno de todo esto es que, después de mucho tiempo de estar enojada conmigo, la mamá de Juan Cruz aflojó y logré conquistarla de nuevo. 





domingo, 21 de mayo de 2023

Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz I

 Juan Cruz


Todos tienen algún recuerdo de la infancia que los marcó de por vida. Ese recuerdo que no importa los años que pasen, siempre se va a contar en las reuniones familiares y te va hacer dar ganar de meterte en el baño y no salir hasta que hayan terminado. Bueno, yo no solo tengo uno, sino que tengo uno icónico que no solo lo recuerda mi familia sino toda la Argentina. 


Resulta que cuando tenía diez años mis viejos se separaron. Si bien se separaron en buenos términos y no hubo ningún problema al respecto, no dejó de ser una situación bastante angustiante para mí. Creo que uno nunca está preparado para que sus papás se separen. La cuestión es que para levantarme el ánimo, mi papá decidió llevarme a Buenos Aires (nosotros somos de Rosario) a pasar el Día del Niño porque yo siempre hinchaba con conocer el Obelisco porque Ramiro, un compañero del colegio que venía de allá, decía que era mucho mejor que el Monumento a la Bandera. Salimos el sábado temprano para pasar todo el fin de semana. Luego de unas horas de viaje, llegamos a un hotel que quedaba por Palermo. Ese día recorrimos por ahí, pasamos por Recoleta y obviamente terminamos comiendo una pizza en Guerrín con el Obelisco de fondo. Fue un día increíble. Lástima que no puedo decir lo mismo del día siguiente. Bah, al principio arrancó todo bárbaro. Nos fuimos hasta La Boca, recorrimos Caminito. Nos comimos una milanesa increíble y conocimos La Bombonera. Después a mi papá se le ocurrió ir a San Telmo. Tiene una obsesión por los objetos viejos. Así que el Mercado de San Telmo fue una parada obligatoria. Me acuerdo que me dijo que tuviera mucho cuidado con mis cosas porque robaban mucho por ahí. JA. Qué lindo hubiera sido si él hubiera tomado su propio consejo. ¿Pueden creer el tipo me perdió? Sí, como están leyendo. ME PER DIÓ. Y encima lo peor que es el día de hoy que sigue diciendo que yo me fui. Pero no. Lo que pasó es que íbamos por los pasillos del mercado. Estaba lleno de gente y creo que hasta estaban los fantasmas, dueños de todas esas antigüedades.


En un momento, mi papá vio una lámpara horrible en uno de los puestos, pero había tantas personas que era un poco difícil llegar hasta ella. Me pidió que me quedara un minuto parado donde estaba que iba a preguntar el precio. Y eso hice. Me quedé ahí y no le saqué la vista de encima. Vi como se acercaba al puesto esquivando gente. Vi cómo le preguntaba el precio de la lámpara. Vi como sacaba la billetera y le pagaba. Y vi como se iba del puesto admirando lo que acababa de comprar. Suspiré y lo seguí. Le pegué el grito, pero ni bola. Estaba tan embobado con su nueva adquisición que se había olvidado completamente de mí. Empecé a caminar más rápido para alcanzarlo, pero había tanta gente que lo perdí de vista. Lamentablemente mi viejo no es un tipo alto como para encontrarlo fácil por lo que terminé perdiéndolo de vista. Obviamente me envolvió la desesperación.


Estaba perdido en un lugar que no conocía, en una ciudad que no era la mía y sin celular porque en esa época todavía no tenía uno. Me largué a llorar como si no hubiera un mañana. Porque podría haberme guardado las lágrimas, pero desde chiquito mi mamá me enseñó que los hombres sí lloran y yo en ese momento necesitaba llorar con mucha fuerza. Bastaron solo unos minutos de llanto para que un matrimonio se me acercara a preguntarme qué me pasaba. Les conté que había perdido a mi papá y luego de describirlo lo comenzamos a buscar por la plaza principal. Nada. Como pasaba el tiempo y no aparecía, el señor que estaba conmigo me levantó en sus hombros y empezó a aplaudir como si estuviera en la playa. El resto de la plaza lo siguió.


Mi papá siguió sin aparecer. ¿Dónde se había metido? De a poco empecé a perder las esperanzas de encontrarlo. Ya me veía en un orfanato solo y muerto de hambre. Me puse a llorar peor. Entonces, el cantante que estaba musicalizando la tarde paró todo y me preguntó cómo me llamaba yo y cómo se llamaba mi papá. No sé cómo hizo, pero en dos segundos se armó un tema que terminó siendo el hit del año: “Eduardo, vení a buscar a Juan Cruz”. Lo van a encontrar en Youtube si lo buscan. También van a ver cómo medio San Telmo la cantaba y mi papá, que andá a saber dónde estaba (porque nunca me supe dónde se había metido), no aparecía. Después de como diez o quince minutos apareció riendose y me abrazó. Obviamente hubo una ovación del público y la banda se consagró por temón. Yo, por mi parte, me sentía muy enojado. Era su único hijo, ¿cómo me iba a perder así? Solo se me pasó el enojo cuando después de salir de la muchedumbre mi papá se largó a llorar con la lámpara que se había comprado en la mano. Me pidió perdón y me abrazó de nuevo. Yo lo abracé más fuerte porque sabía que en realidad había sido todo un desborde por lo que sentíamos a causa de la separación. Cuando nos calmamos, fuimos a tomar un helado y me pidió que por favor no le contara nada a mi mamá. Que fuera un secreto entre nosotros. Obviamente mi video se hizo viral y antes de que llegáramos al hotel mi papá tenía quince llamadas perdidas de mi mamá. No sé todo lo que le habrá dicho, pero perdonar lo terminó perdonando porque hoy en día, después de quince años están juntos otra vez.





jueves, 2 de marzo de 2023

Coco, campeón del mundo - El final

Caminamos hasta el subte (pasamos previamente por el kiosko a comprar cerveza y cigarrillos para Gaby). La calle era puro festejo. Todos cantando y vistiendo los colores de la bandera. Subimos al subte y los cantos siguieron durante todo el viaje. Aproveché que unas chicas se estaban pintando la cara y les pregunté si me pintaban a mí también. Por suerte dijeron que sí sin problemas. Nos bajamos en Callao porque la formación no llegaba hasta la 9 de Julio. De hecho creo que ese fue el último que salió. Si en Villa Urquiza había mucha gente, no se pueden imaginar lo que eran las calles del centro. Caminamos hasta que al fin llegamos. Había gente por todos lados, en la calle, en la vereda, en los árboles, arriba el techo del metrobus y hasta arriba de las lámparas. No sé por qué los argentinos tienen esa necesidad de subirse a lugares altos para festejar. Nos compramos una cerveza más, y nos quedamos mirando todo. Le dije a Gaby que era algo que no nos íbamos a olvidar más. Y espero que así sea. Nos quedamos ahí un buen rato y después nos desplazamos, no me acuerdo por qué. En el medio encontramos un grupo de chicas haciendo carpita para hacer pis. Gaby aprovechó la voleada. Yo no pude, aunque mi vejiga ya me estaba pidiendo liberación. Dimos la vuelta y llegamos al teatro Colón, al que le habían colgado una camiseta gigante de Argentina que decía “campeones”. Avanzamos por la 9 de julio, cantando y saltando. En el medio nos encontramos a un excompañero del colegio que nos dio un abrazo. A eso de las ocho le dije a Gaby que ya era hora de pegar la vuelta, pero no quiso. Le insistí un poco más y nada. Mi vejiga no iba aguantar mucho más. Por suerte en un momento me dijo si quería ir al MC a hacer pis. Le dije que sí, así que avanzamos un poco más hasta Corrientes. Era imposible cruzar para el otro lado. Entonces encaramos por la calle de los teatros en dirección a nuestra casa. Por mis adentros me alegré porque nos estábamos alejando, lo que significaba que ya era hora de volver, aunque esos no eran los planes de Gaby. Cuando se dio cuenta y se resignó, me dijo que hiciéramos la cola para entrar a una pizzería así podía hacer pis finalmente. Por suerte, si bien la cola era larguísima, iba superrápido. Por lo tanto, después de unos quince minutos de espera pude liberar la vejiga. Aprovechamos para comer algo ya que lo último que habíamos ingerido eran los quesos del mediodía. Lamentablemente solo aceptaban efectivo y nuestro capital era de quinientos pesos. Por lo tanto, solo pudimos comprar una porción de muzzarella para cada una. Suficiente para engañar el estómago por un rato. Salimos de la pizzería y comenzamos a caminar porque no había ningún medio de transporte. ¿Llegaríamos hasta Villa Urquiza? En el medio del camino me mensajeé con Silva, mi mejor amigo que también había ido a festejar, pero con el cual no pudimos encontrarnos en el Obelisco porque había tanta gente que no teníamos señal. Me dijo que estaba cerca de donde estábamos nosotras. Por lo tanto, decidimos esperarlo. Vino con otro compañero del colegio, que nos despidió en ese punto porque su familia lo estaba esperando. Caminamos, caminamos y caminamos. Yo ya estaba cansada, tenía sed y hambre así que lo llamé a Martín para que nos viniera a buscar. Me dijo que sigamos caminando por Corrientes, que en algún momento nos iba a cruzar. Eso hicimos. Mientras tanto Silva y Gaby hablaban de bandas y programas que les gustaba y de los cuáles yo no tenía ni idea de su existencia. A medida que nos alejábamos, la gente disminuía, pero la ciudad seguía con el mismo espíritu. Finalmente encontramos a Martín y a Galán en el camino. Lo abracé y le di un beso ya que no habíamos podido festejar juntos. Nos subimos al auto y decimos hacer un automac, pero cuando llegamos había una cola kilométrica de autos. Entonces nos fuimos a comer una pizza cerca de nuestro colegio. En la mesa se pusieron a hablar de lo que fue el mundial. Yo me hundí en mis pensamientos. Cuando terminó la cena, cada uno se fue para su casa. Lamentablemente al día siguiente no fue feriado como todos deseábamos, pero fue un día totalmente improductivo. Toda la Argentina se pasó mirando fotos y videos de lo que había sido el día anterior. Por suerte sí fue feriado al día siguiente porque llegaban los jugadores y al presidente le pareció que el pueblo se merecía salir a festejar con ellos. La idea del martes 20 de diciembre, era que la selección diera una vuelta por toda la ciudad arriba de un micro descapotable. Digo era, porque hubo tanta, pero tanta gente (5 millones de personas específicamente), que el micro solo pudo avanzar 20 kilómetros en cuatro horas. El equipo se terminó yendo en helicóptero a la AFA después de que dos flacos saltaran al micro desde un puente. Uno cayó adentro y el otro terminó en el asfalto. Lo mejor que quedó de ese día fueron los videos y los memes. Ver a semejante cantidad de gente fue impresionante. Ver a Scaloni borracho, muy gracioso. Los memes creo que nunca terminaría de mencionarlos, pero principalmente fueron sobre cómo se quemaron los jugadores por no haberse puesto protector solar. A eso de las cinco de la tarde la gente se empezó a desconcentrar y de a poco se terminaba la emoción de los últimos días. Cuando llegó la noche, Coco que todavía estaba en la Tierra, se sintió conforme por lo vivido y decidió que ya era hora de partir. Recorrió la casa una vez más, subió para darle un último beso a Gaby y se fue caminando despacito al paraíso de los perros. 



domingo, 26 de febrero de 2023

Coco, campeón del mundo VI

 Antes de ir a lo de Gaby pasamos por el chino con Martín. La cola para la caja era kilométrica, pero logramos llegar a tiempo a nuestras respectivas sedes. Cuando entré al departamento, se sintió un gran vacío. La falta de Coco se notaba demasiado. Saludé a los gatos, pero claramente no era lo mismo. Me faltaban esos ojos saltones pidiendo queso y ladrando sin parar. Traté de no pensar en él, metí las cervezas en el freezer y ayudé a Gaby a terminar de cortar los quesos.

Un ratito antes de las doce, ambos equipos se formaron en la puerta del estadio y salieron al campo de juego. Lali cantó nuestro himno y una francesa cantó la Marsellesa. Una vez terminada la ceremonia de presentación, los jugadores se prepararon y a las doce en punto sonó el pitido del árbitro. No abrí enseguida el libro. Primero comí nerviosamente todo lo que había en la mesa y tomé agua. El partido estaba siendo verdaderamente emocionante. Los jugadores estaban prendidos fuego. Se notaba que querían ganar. A los 23 minutos Messi metió el primer gol que vimos con el delay de siempre. Celebramos y abrí el libro para dejar de comer. Me puse a leer, pero fue demasiado difícil concentrarme. Sobre todo porque a los 36 minutos Di María hizo el segundo gol. El estadio estalló y me emocioné. A Gaby le empezaron a caer lágrimas y a mí también cuando la vi porque sabía que ese llanto no era por el partido. Traté de alentarla diciéndole que íbamos ganando porque no sabía si quería que la viera así o no. El partido siguió un rato más hasta que llegó el entretiempo. Esta vez no hubo cambio a mesa dulce por la hora que era, pero sí me serví un vaso de cerveza. Como siempre abrí Twitter y le empecé a mostrar a Gaby todos los memes divertidos que encontraba. El partido empezó nuevamente y me serví más cerveza. Los jugadores seguían con el fuego intacto, o por lo menos hasta el minuto 86 en el que Mbappé metió el primer gol para la selección francesa. Y encima la cosa no terminó ahí. A los dos minutos de ese gol, el maldito tortuga ninja metió el segundo. La selección quedó totalmente desestabilizada y nosotras sin poder creer lo que estaba pasando. Me tomé rápido la cerveza porque me di cuenta que en ningún otro partido había tomado alcohol. También me acosté nuevamente en el sillón y me puse a leer. No podíamos perder. Además mi vidente personal me había dicho unas horas antes que éramos campeones. Finalmente, el partido terminó 2 a 2, lo que significaba ir al alargue. Creo que hablo por toda la Argentina si digo que éramos un manojo de nervios. El partido inició nuevamente y a los 108 minutos Messi metió un segundo gol, solo que tardamos un poco en entender que habíamos marcado porque fue de esos goles que se hacen muy cerca del arco y había uno, que no era el arquero, metido adentro y la sacó. Aparte los gritos del edificio de enfrente no llegaron inmediatamente. Gaby se quedó congelada con la mano estirada y yo no paraba de preguntarle si había sido gol. Cuando reaccionó me contestó que sí y nos abrazamos. Gaby empezó a llorar nuevamente y la abracé más fuerte aún. Yo también lloré un poco. Qué cerca estábamos de la copa. Igualmente la alegría duró poco. A los diez minutos los franceses nos metieron otro gol. Íbamos empatados. La desesperación de todos era absoluta. Cuando lo enfocaban a Scaloni se notaba que le estaba por agarrar un infarto. Quería abrazarlo a él también. A los 102  minutos, cuando ya faltaban segundos para terminar el partido, Francia pateó al arco. La hinchada ya estaba lista para meterse en la cancha para celebrar, pero el Dibu estiró su pierna y la sacó. Festejamos como si hubiéramos ganado, aunque en realidad nos estábamos yendo a penales. Lamenté haberme puesto el short que tenía. La última vez que me lo había puesto fue cuando llegamos a penales con Holanda en cuartos de final, pero quise usarlo igual porque si ganábamos e íbamos al Obelisco iba a ser más cómodo que un vestido.


Comenzó el tiempo de penales. El primero en patear fue Mbappé. Gol, pero por muy poquito. Messi fue el segundo.Gol. El tercero fue el número 20 de Francia. Dibu lo atajó y el estadio se volvió loco, al igual que él. El cuarto fue Dybala. Gol. Qué cerquita estábamos por Dios. El quinto en patear fue el 8 de Francia que le erró. ¿Cuánto faltaba para ganar? Paredes pateó el sexto e hizo gol. ¿Cómo era que todavía no estábamos festejando? El séptimo fue para la selección francesa. Antes de patear, el Dibu se hizo el vivo y terminó con una amarilla, pero eso lo vimos después, en la repetición. Gol.  Quedaba un gol más. Si Montiel lo metía, éramos campeones del mundo. Todos los jugadores estaban abrazados y el resto del mundo paralizado. ¿Finalmente se rompería la maldición y levantaríamos la copa? Los segundos que tardó en patear esa pelota fueron eternos, pero valieron la pena. Esa pelota entró y por primera vez en mi vida vi a Argentina campeón del mundo. Los jugadores y el cuerpo técnico entraron inmediatamente a la cancha. Con Gaby nos abrazamos nuevamente y empezamos a llorar. La emoción era infinita. Miro el video para recordar y me vuelvo a emocionar. Reíamos y llorábamos en loop. La cámara enfocaba a la tribuna y estaban todos igual. No lo podíamos creer. Fui a agarrar más cerveza. Ahora sí era momento de festejar. Gaby la llamó a Nati que estaba en Salta. Estaba igual de emocionada que nosotras. Éramos campeones del mundo. Nos quedamos mirando la tele. Cada segundo tratábamos de guardarlo en nuestra memoria. Queríamos salir corriendo a festejar, pero no podíamos no ver a Messi levantar la copa. Nos servimos más cerveza. Primero les dieron las medallas a los franceses. Después le dieron el premio al Dibu por ser el mejor arquero. Pueden googlear fotos de ese momento. Después le dieron un premio a Enzo Fernández por ser el más joven y uno a Mbappé por ser el goleador. Por último, Messi fue a buscar su premio del mejor jugador del mundial. Una vez que lo recibió, se acercó a la copa y le dio un beso. Luego de las fotos, comenzaron a llamar de a uno a los jugadores argentinos para darles sus medallas. Messi fue el último. En ese momento se le acercó el rey (o no sé qué era de Qatar) y le puso una túnica que es una señal de respeto por haber conseguido la victoria. Una vez puesta la túnica, estiró los brazos para poder recibir la tan deseada copa. La besó y fue caminando hacia el resto del equipo como haciendo saltitos agachado. Cuando llegó, se puso en el medio de sus compañeros y finalmente levantó la copa que tanto le costó conseguir. Era una imagen más emocionante que la otra. Vimos un rato más los festejos y decidimos ir a festejar nosotras al Obelisco.



domingo, 12 de febrero de 2023

Coco, campeón del mundo V

 Se podrán imaginar que luego de saber que estábamos en la final de la copa del mundo y a dos semanas de terminar el año, nadie quería trabajar. Solo se pensaba en eso y eso era la excusa para comer mal, para tomar durante la semana y para salir. Lo único que importaba era la Scaloneta. Nati y Gaby aprovecharon esos cuatro días para irse a Mar del Plata. Mientras tanto, yo me quedé trabajando como podía y contando los días para el domingo. Ese viernes, cuando cerré la computadora y por fin podía manijear tranquila, organicé el resto de lo que quedaba del día ya que Martín se iba y por lo tanto iba a tener una cita conmigo misma. Pensaba ir a misa, luego pedir algo rico para comer y tomar algo mientras miraba la tele. Sin embargo, cuando me estaba preparando para ir, me llegó un mensaje de mis compañeros de trabajo que decía que se estaban yendo de after a Maldini, bar que queda muy cerca de mi casa. Entonces, cambié de rumbo. Me vestí y me fui para allá. A eso de las doce, cuando estaba bailando y tomando con mis compañeros, me llegó un mensaje de Nati preguntándome si estaba. Le dije que sí, que estaba en Maldini y me respondió que ellas estaban de vuelta en Buenos Aires porque había pasado algo horrible. Coco se había muerto. Me quedé helada. Yo que tuve perros toda la vida y ya había pasado por ese triste momento. Sabía lo que se sentía: era como perder una parte tuya. Nos consolamos pensando que en realidad Coco tenía más edad de la que aparentaba y que se había muerto de viejo. Tal vez un poco antes de lo previsto por su enfermedad y lo que había vivido antes de que Gaby lo adoptara. Al día siguiente fuimos a merendar con todo mi grupo de amigos para distraerla un poco y el domingo fui a su casa para mirar la final. Nati volaba así que solo éramos ella y yo.  A eso de las 11 de la mañana mandó una foto al grupo en la que se veía a su gato robar un quesito. “Ya tomó la posta de la cábala de robar quesitos”, puso. Pero la verdad es que no fue Jullian el ladrón. Se dice que cuando una persona muere tarda un tiempo en subir al cielo, sobre todo cuando le quedaron asuntos pendientes acá en la Tierra. Yo creo que con los perros pasa igual. Coco había sido nuestra cábala viviente durante todo el mundial y no podía no ver la final. Por eso, yo creo que ese día estuvo con nosotras: se metió por un segundo en el cuerpo de Jullian y se robó el quesito para demostrar que estaba ahí.