Con el tiempo, Lucía comenzó a quedarse a cenar cada
vez más seguido con sus compañeros de clase. A pesar de que se llevaban
bastante edad, se sentía cómoda con ellos. Además aprovechaba esos momentos
para descargar toda la bronca que tenía hacia su ex. Con Agustín cada vez se
llevaban mejor, aunque sus conversaciones no traspasaban de las clases o las
vueltas en subte. Un día, en una de las cenas, un compañero le preguntó si
saldría con alguien mucho mayor que ella. “No”, le respondió ella y agregó:
“Nunca me gustaron los hombres mucho más grandes”. “¿Estás segura, no te
gustaría salir con alguien de cuarenta y tres?” A Lucía le llamó mucho la
atención la especificidad de la pregunta y sobre todo porque esa era la edad
que tenía Agustín. “¿Le gustaré?”, se preguntó para adentro y a la vez le
contestó a su compañero: “No, es demasiado grande para mí”. Después de esa
noche, empezó a mirar a Agustín más seguido. Definitivamente no saldría con él,
pero ¿le gustaría que pasara algo entre ellos? Tal vez sí. También, desde esa
noche, empezó vestirse mejor para ir al curso. Más linda, más sexy. Aunque se
lo negara a ella misma, se vestía para él.
Con el correr del tiempo, Agustín notó que Lucía
estaba cada vez más animada y también más linda. Se había cortado el pelo y se
estaba vistiendo diferente. Más elegante. Cuando se ponía polleras se volvía
loco, pero trataba de no pensar mucho en ella porque sabía que sus
posibilidades eran prácticamente nulas. Aparte era muy chica, no iban a tener
nada que ver. Sin embargo, sus esfuerzos por mirar a otro lado se estaban volviendo
en vano. Sus compañeros se habían dado cuenta de que le gustaba y lo molestaban
cada vez que se juntaban sin ella. “¿Cómo te gusta, eh?”, le decían cada vez
que se hablaba de ella. Agustín siempre negaba todo, pero un día se cansó. “Si,
me gusta, pero ni siquiera la tengo agendada en el teléfono. No como ustedes
que le hablan por privado”, contestó un día enojado. “Hacés mal, si te gusta
deberías agendarla y empezar a hablarle”, le dijo uno de sus compañeros. Esa
noche cuando volvía en el subte la agendó. Miró su foto de perfil un buen rato
y le escribió un “te extrañamos en la cena hoy” que nunca envió.
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