A las dos semanas de salir con Daniel le hablé a él
para contarle. No es que quería refregárselo en la cara ni nada por el estilo,
sino que prefería contárselo yo antes de que lo supiese por otro lado. Empecé a
hablarle de cualquier cosa como para no entrar de lleno en el tema, pero, para
mi sorpresa, él también tenía novedades para mí. Me confirmó lo que ya
sospechaba, estaba saliendo con alguien más y si bien la noticia me dejó un
poco helada me sentí feliz por él. Sabía que lo había lastimado y saber que
había una persona que lo quería era reconfortante. Luego de hacerle las
preguntas pertinentes sobre su chica llegó mi turno de contarle sobre mi
relación. Cuando lo hice se mostró totalmente indiferente, pero lo mal que le
cayó la noticia se podía percibir a kilómetros de distancia. Me hizo algunas
preguntas al respecto, pero terminó confesándome que ya lo sabía. Después de
ese día no nos hablamos más, o por lo menos hasta después de mucho tiempo.
Con Daniel salí durante seis meses. Al principio
estaba todo bien y nos queríamos mucho, pero con el tiempo nuestras diferencias
comenzaron a ser insalvables. Si bien yo trataba de no hacerle caso en muchas
cosas, a veces era inevitable caer en una fuerte discusión. En esos momentos pensaba en él y me imaginaba
como hubiese sido todo si le hubiera dicho que sí. Me acuerdo que un viernes
después de una pelea con Daniel tuve una necesidad inmanejable de hablarle,
extrañaba mucho nuestras charlas. Aproveché que había comentado algo en el
grupo de salsa y le escribí. “Sabía que me ibas a hablar”, me dijo y así fue
como empezamos nuestra conversación, la primera de muchas que tuvimos después,
siempre los días viernes, en las cuales yo hacía un paréntesis de mi realidad
que cada vez me gustaba menos porque, no muy a lo lejos, se vislumbraba su
fecha de caducidad.
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