El 31 de diciembre a las 23:59 (ya recuperada de mi
operación) despedí al año horrible que había tenido y el 1 de enero a las 00:00
levanté mi copa agradeciendo tener 365 nuevas oportunidades. A las 00:01 recibí
su “¡Feliz Año!”, a las 00:02 él recibió el mío y a las 00:03 nuestra
conversación había terminado. La relación que nunca tuvimos estaba quedando en
el olvido y se esfumó completamente luego de mis vacaciones. Si bien seguíamos
charlando cuando nos veíamos y manteníamos alguna que otra conversación
superficial por Whatsapp, nos habíamos alejado y, por el momento, no había
vuelta atrás. Así fue como empecé a salir con un chico que había conocido una
noche antes de irme de viaje. Yo sabía que no era mi tipo y que no íbamos a durar
mucho, pero yo necesitaba divertirme así que puse primera y apreté el
acelerador. Salimos un tiempo, pero cuando llegó marzo, como era de suponer,
este amor pasajero no dio para más. Lejos de entristecerme, me sentí más
fortalecida que nunca. Podría decir que me sentía tan fuerte como para,
finalmente, jugármela por él. Para llevar adelante mi plan de reconquista,
organicé una fiesta en mi casa con el grupo de salsa, incluyendo a un par de
chicos nuevos que habían comenzado a ir a las clases. Todo había empezado según
lo estipulado, pizza, música, baile y cerveza, pero luego el destino quiso que
las cosas tomaran otro rumbo. Yo había tomado mucho y mi estado no era el
mejor. Me había parecido escuchar que él estaba saliendo con alguien más, pero
mi cabeza no estaba en condiciones de asimilar bien la información así que lo
dejé pasar. Mientras tanto, uno de los chicos nuevos comenzó a acercase a mí, a
bailar conmigo y a hacerme reír. Puede que no me acuerde de muchas cosas de esa
noche, pero si recuerdo con claridad cuando casi por sorpresa me robó un beso
en el medio de mi escalera. Un beso que me descolocó por completo y me dio una
bocanada de aire fresco.
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