Finalmente acepté salir con Pablo, pero la cita
no fue lo que esperaba. Entonces, pensé que quizás sí podría esperar a que él
cortara, pero sin dejarme de ver con mi compañero de trabajo. Después de todo,
por el tipo de relación que estábamos llevando, cuando se diera la oportunidad
solo tendría que decirle que no nos veríamos más y nadie saldría herido. Fue
una tarde de miércoles mientras hablaba con él de la vida cuando de repente me
dijo: “Creo que acabo de cortar con mi novia”, “¿Cómo creo?”, le pregunté y me
mandó un print de pantalla de la conversación que estaba teniendo. Ella le decía que si la iba a dejar que se lo
dijera en ese momento ya que no quería irse de la casa de noche. Él le pidió que lo esperara porque tenían que
hablar, pero ella no quiso hacerlo. No solo se fue, sino que además lo bloqueó
de todos lados. “Ahora sí, corté definitivamente”, me dijo. Me quedé mirando la
pantalla de mi celular sin poder creerlo. Por un lado, me sentía feliz porque esa
ruptura significaba que podríamos estar juntos, pero por el otro sentí mucha
pena por su novia. Yo sabía perfectamente lo que era el abandono y sabía que
iba a estar destruida. A la noche él me habló como si nada hubiera pasado.
Traté de hacerlo recapacitar sobre el hecho de que acababa de cortar con su
novia y tenía que estar mínimamente afligido, pero no pareció importarle mucho.
El sábado de esa semana nos vimos. Hubo una fiesta de salsa y fuimos con todo
el grupo. Los días previos mi cabeza casi reventó. Sabía que las posibilidades
de que pasara algo eran de un 99% y eso me ponía muy nerviosa, no solo porque
me sentía mal por su ex y por Pablo sino porque me daba mucho miedo sentir lo
que había sentido la última vez. Por suerte la tortura no duró mucho. Me
acuerdo que el día de la fiesta hacía un frío terrible a pesar de estar en
marzo. Cuando bajé del colectivo él me estaba esperando en la parada y fuimos
juntos hasta el salón. El lugar estaba lleno de gente y solo bastó cruzar la
puerta para que mis pies se empezaran a mover al ritmo de la música. Saludamos
a nuestros amigos y nos pusimos todos a bailar. La alegría se sentía en todo el
ambiente y entre nosotros explotaban fuegos artificiales. En un momento de la
noche, mientras bailábamos, comenzamos a mirarnos intensamente y a desplazarnos
de poco hacia la puerta. “¿Querés ir abajo?”, me preguntó y yo dije que sí sin
titubear. Bajamos las escaleras lejos del ruido y una vez más quedamos frente a
frente. Nos sonreímos en silencio y sin decir nada nuestras bocas se unieron en
un nuevo y hermoso beso. Un beso que me trajo mucha paz, la misma paz que sigo
sintiendo hoy, treinta años después, cada vez que nos besamos. Sí, es lo que
ustedes están pensando. Finalmente terminamos juntos, pero no inmediatamente
después de esa noche. Antes de este final feliz tuvimos muchas idas y vueltas
más, dejar a Pablo, al final, no fue tan fácil y, tiempo después, un par de
personas más se nos cruzaron en el camino. Nos peleamos y nos arreglamos unas
500 veces, pero un día simplemente sucedió. Coincidimos.
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