miércoles, 2 de mayo de 2018

10 años ¿Cambian la historia? VIII

Como a veces a las personas nos gusta complicarnos un poco la vida, seguí la corriente a los juegos de seducción iniciados por Pablo, mi compañero de trabajo también diez años mayor que yo. Al principio todo apuntaba a que quería iniciar una relación romántica, pero un par de hechos me hicieron entender que solo nos divertiríamos. Mientras tanto, él estaba como loco, o histérico quizás es una palabra que lo describiría mejor. O para no ser tan mala, voy a decir que los altibajos de su relación lo tenían un poco confundido. Un día me decía que pensaba comprometerse con su novia porque yo no sabía lo que quería y al otro que no podía esperar más para estar conmigo. Se podrán imaginar cómo me ponía a mí esta situación. Pero eso no fue todo, mis queridos lectores, la cosa se puso aún peor. Si antes les había dicho que le había agarrado un ataque de locura, luego perdió completamente la razón. Resulta que una tarde estábamos charlando y no sé cómo fue, pero terminamos armando un mundo de fantasía en donde estábamos casados y teníamos hijos. “Volvamos a la realidad”, le dije de repente, “te mando un beso dónde más te guste”, me despedí después. “No me digas esas cosas porque cuando te vea no voy a poder contenerme”, me contestó. “Okey, me porto bien”, le dije apiadándome. “Yo no sé”, me retrucó y esta vez me quedé sin palabras. “¿No querés portarte bien?”, le pregunté para ver si había entendido bien. “Con vos no”, me contestó y mi corazón empezó a latir rápido. “¿Me estás diciendo que querés hacer un paréntesis de tu realidad?”, “Estoy diciendo que cuando te vea te voy a comer la boca de un beso porque la espera se me está haciendo muy larga y no aguanto más.”, me confesó. A partir de ese día me empezó a hablar diariamente y a decirme ese tipo de cosas. Al principio me parecía divertido y le seguía el juego, pero después comencé a sentirme incómoda. Yo no era la segunda de nadie y en ese momento él me estaba tratando como tal. Definitivamente ese comportamiento no me gustaba para nada. Esa no era la persona que yo conocía. Le pedí que parara de hablarme así y aunque me dijo que tenía razón y que no quería hacerme sentir de esa manera, lo continuó haciendo y hasta en una reunión con los chicos de salsa ¡intentó darme un beso! Esa fue la gota que rebalsó el vaso y me hizo tomar la decisión de enfocarme en Pablo. 

 Las semanas pasaron y todo se tranquilizó, o al menos eso pensé. “Le voy a cortar a mi novia”, me dijo un día y al otro mi compañero de trabajo me invitó a salir fuera de las cuatro paredes de su habitación. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Decirle que no a Pablo y esperar a que él cortara aunque pudieran pasar meses? O ¿empezar a salir con Pablo y nuevamente esperar a coincidir con él en algún momento de la vida? Estuve varios días con la cabeza a punto de explotar. Si bien le había contado la situación a un par de amigas seguía sin saber qué rumbo tomar. Solo había una persona que podría ayudarme. Así fue como le hablé a él y le conté todo lo que me estaba pasando. “No me esperes”, me dijo. “Pero mirá que todavía no le dije que sí”, le advertí. “No me esperes”, me repitió. “Yo no sé cuándo me voy a animar a cortarle". "Aparentemente lo nuestro no tiene que ser”, agregó luego y yo no supe que responderle.



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