miércoles, 16 de mayo de 2018

El Despegue

Cuando Josefina tenía nueve años y se subió por primera vez a un avión, le dijo a su papá que quería ser piloto. “Eso es cosa de hombres, hija. Si querés volar tenés que ser azafata”, le contestó él. “No, yo voy a ser piloto”, volvió a decir muy decidida. “Cosa de chicos”, pensó su padre pero los años pasaron y Josefina siguió con la misma idea, lo que hizo que, finalmente, su padre se resignara y a los dieciséis años le pagara sus primeras horas de vuelo.  A los 23 años, luego de mucho tiempo de búsqueda, logró entrar a una conocida aerolínea. El primer día que pisó el aeropuerto, con su uniforme, su pecho se inundó de emoción y cuando despegó el avión lleno de gente el alma casi se le salió del cuerpo. Definitivamente esa era su vocación.


Un día, después de una larga jornada de trabajo, se subió al remis de la compañía y rogó que le tocara viajar sola ya que los autos se solían compartir. A un minuto de que su deseo de cumpliera, el vehículo fue abordado: maldijo por dentro, pero cuando vio que se había subido un piloto joven, morocho con los ojos más lindos del mundo y la sonrisa más encantadora que jamás había visto pensó que quizás no era tan mala la idea de viajar acompañada. Él la saludó con un beso en la mejilla y le deseó buen vuelo. “Estoy volviendo a casa”, le contestó un poco cortante. “Genial, voy a poder darte otro beso”, dijo sonriendo. Josefina se quedó helada y su corazón empezó a latir con fuerza. La vergüenza prácticamente se había apoderado de ella ¡Nunca nadie le había dicho algo como eso! Luciano, así se llamaba, no le paró de hablar en todo el viaje, se notaba que era muy sociable, de las personas que siempre eran el centro de atención, todo lo contrario a ella. Él se bajó primero y nuevamente la besó en el cachete. “Ojalá algún día nos toque volar juntos”, le comentó antes de bajarse. Ese día no tardó mucho en llegar. A la mañana miró su celular para ver qué vuelo le habían asignado. ¡Le tocaba volar con Luciano! Esa tarde llegó prácticamente temblando de los nervios y cuando lo vio casi se desmayó. Él, en cambio, fresco como siempre, se le acercó con una sonrisa y le dio un beso en la mejilla. ¡Qué rico perfume que tenés”, le dijo y luego agregó: “Encantado de ser tu copiloto el día de hoy”. En ese momento casi se murió. Era increíble cómo era capaz de despegar un avión lleno de gente pero no de charlar, sin vergüenza,  con el chico que le tiraba onda. “¿Siempre sonreís cuando despegás?, preguntó Luciano. “También sonrío cuando aterrizo”, contestó ella. “Sos diferente arriba del avión”, dijo entonces. “¿Diferente cómo?”, le dijo ella. “No sé, una persona más suelta quizás”, le contestó. “Debe ser porque volar me apasiona y cuando uno hace lo que le apasiona es más feliz”. “¿No sos feliz allá abajo?, preguntó él. “Sí, lo soy, no me malinterpretes”, rió, “pero acá arriba, sin coneión con la realidad es como…”, “flotar”, dijeron los dos a la vez y se miraron. “Pensamos igual”, dijo Luciano. Cuando volvieron a Buenos Aires, ya que ella había terminado su turno y él debía seguir volando.

Esa misma noche, Josefina se juntó a cenar con sus amigas y les contó sobre el chico que había conocido, pero causaron tanto revuelo que se arrepintió de haberlo hecho. “Basta, chicas”, no hagan tanto alboroto que me da mucha vergüenza”. Y no mentía, era una chica extremadamente tímida que jamás había salido con nadie y no recordaba cuándo había sido la última vez que había besado a alguien y sus amigas lo sabían- “Jose, date cuenta de que  a ese chico le gustás, ¡tenés que hacer algo al respecto!, le dijo una de sus amigas. “¡Ni loca!” Me da vergüenza contárselo a ustedes así que imagínense que mis posibilidades de hacer algo son nulas.” “Bueno, si no te animás a hablarle, agregalo a alguna red social. Sin verse las caras es todo mucho más fácil”. “¡De ninguna manera! No voy a hacer nada y el tema se terminó acá”, les dijo furiosa. “¡Sos una aburrida! ¡Tenés que crecer!, le contestó otra amiga. Después de la cena Josefina llegó a su casa con la cabeza a mil. Estaba muy enojada pero con ella misma. Sus amigas tenían razón, se estaba comportando como una nena de doce años. Así fue como agarró su celular, entró a Instagram y en un arrebato empezó a seguirlo. Obviamente dos segundos después se arrepintió pero, como dice el refrán, lo hecho, hecho está. A la mañana siguiente, cuando se levantó y se fijó qué vuelo le habían asignado para el lunes casi se murió. Le había tocado hacer una posta a Córdoba con Luciano. Y para coronar el momento, le llegó una notificación de que él la había empezado a seguir. Estuvo con los nervios de punta todo el domingo y cuando al otro día sonó la alarma escondió su cabeza debajo de la almohada. ¿Con qué cara lo saludaría cuando lo viera? Cuando llegó al aeropuerto, pensó seriamente en hacerse la enferma, pero su inconsciente le gritó: “¡Tenés que crecer”” y, a la vez, una voz que se le había acercado al oído le dijo: “Qué linda salís en las fotos”. Josefina se sobresaltó pero no dijo ni una palabra, ni ahí ni durante todo el viaje. Él, en cambio, no paró de hablar. Como veinte veces le preguntó si le pasaba algo, pero ella las veinte veces le respondió que no. Al llegar al hotel, se encerró en su habitación y no quiso salir en todo el día. Lo único que deseaba era que la tierra se la tragara. Se odiaba, se odiaba mucho. ¿Por qué no podía ser como una veinteañera normal?

A eso de las 8 de la noche le tocaron la puerta y como era de esperarse era Luciano. “Querés venir a comer al bar de acá a la vuelta?”, le preguntó. “La verdad es que no tengo hambre, me voy a quedar acá”. “Bueno, me voy a tener que quedar con vos entonces”, contestó él. Ella se lo quedó mirando sin entender qué estaba pasando. “Mirá. Jose, a mí me gustás mucho y muero de ganas de conocerte. Yo sé que sos muy tímida, pero te juro que no te voy a hacer mal y si aceptás salir conmigo, aunque sea una sola vez, te prometo que no te vas a arrepentir”. Josefina sonrió, la verdad es que él le gustaba muchísimo, de tal modo, agarró su campera, lo tomó del brazo y salieron los dos caminando para el bar. Y ese fue solo el despegue. 




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