Lo que
les voy a contar sucedió hace ya varios años. Van a escuchar muchas versiones
al respecto pero les puedo asegurar que la única verdadera es la mía, el
protagonista de esta historia.
Cuando
tenía 27 años estaba a punto de convertirme en un flamante cirujano. Solo me
faltaban un par de años para terminar mi especialización cuando una tragedia
sacudió a mi pequeña familia y mis planes tuvieron que cambiar. El 4 de abril
de 2011, mi
hermano mayor Manuel fue brutalmente asesinado en la puerta de su kiosko, en el
barrio de Chacarita. La versión oficial dijo que había sido un asalto, pero
ocho tiros fueron suficientes para sospechar que había pasado algo más. Luego de su muerte, mi mamá entró en una
profunda depresión y, como yo era la única familia que le quedaba, dejé todo
para ocuparme de ella. Gracias a Dios, a los pocos meses se pudo recuperar,
pero yo ya había renunciado a mi trabajo y perdido mi año universitario.
Así fue como decidí reabrir el kiosko de
Manuel para generar ingresos, por lo menos hasta fin de año. Lo que nunca me
hubiera imaginado era terminar metido en el mundo en el que me metí.
Una
vez rearmado el negocio que heredé pude empezar a disfrutarlo. La verdad es que
nunca había hecho nada que no estuviera relacionado con la medicina. Se podría
decir que el kiosko me dio otra perspectiva de la vida. A diferencia con el
hospital, ahora me encontraba con mucha gente sana y charlatana que me sacaba
bastantes sonrisas. Al poco tiempo de abrir ya tenía a mis clientes
recurrentes, entre ellos, mis cinco soles. Mía, Catalina, Lola, Sofía y Rosario
venían todos los días a comprarme cosas. Al principio, con mucha ingenuidad,
pensaba que realmente venían en busca de golosinas, pero después me di cuenta
que tenían otras intensiones conmigo. Si bien era una más linda que la otra,
ninguna superaba los 20 años, por lo que ni siquiera se me ocurrió intentar
nada, pero sí, me gustaba divertirme un poco cada vez que las veía. Mi juego
consistía en hacerlas pensar que las estaba seduciendo, las saludaba con un
beso, les sonreía, les decía que estaban lindas y ellas se iban del negocio
felices como si hubieran conquistado el mundo. Lo único que tenía que procurar
era que no se cruzaran que, en realidad, era algo que casi nunca ocurría, pero
si pasaba ya tenía preparadas mis técnicas para no se dieran cuenta de nada. Un
día, después de la visita de Lola y antes de la de Rosario, llegó una chica que
no había visto antes. Me saludó sonriente sin prestarme mucha atención y se fue
a agarrar un agua. Fue recién cuando vino a pagarme y nos miramos a los ojos
que intuí que mis cinco soles se podrían llegar a convertir en seis. Tal como
suponía, aquella muchachita volvió a la mañana siguiente, a la otra y la otra.
Se llamaba Florencia, tenía 25 años y trabajaba cerca del local. Al principio
pensé que podía ser parte de mi grupo selecto, de hecho creí que lo estaba
logrando pero, para mi sorpresa, esta chica era muy astuta y una gran actriz.
Mientras yo pensaba que estaba jugando con ella, era ella la que se reía de mí.
No sé cómo hizo, pero descubrió mi juego y me desenmascaró. Esto hizo que
empezáramos una linda amistad y que con el tiempo comenzara a sentir algo por
ella. Algo que iba creciendo día a día y que hizo que hasta dejara de jugar con
mis soles. La esperaba todos los días a
las 8:45 de la mañana y cuando no pasaba sentía que a mi día le había faltado
un poco de luz.
Un jueves, mientras no paraba de mirar para afuera para verla
llegar, entró un hombre que sin dirigirme la palabra se sirvió un café y se
sentó en una de las mesas. Se veía algo extraño, pero estaba muy tranquilo. A
los cinco minutos llegó otro que hizo exactamente lo mismo y se sentó en frente
del primero lo que fue más raro aún. Se miraron
y luego vi que, con disimulo, se intercambiaron unas bolsitas y dinero.
“Ah no, acá no”, me dije. Me acerqué a ellos y les pedí con mucha cortesía que
por favor se retirasen. “Somos amigos de Manuel”, me contestaron y yo quedé
completamente helado. ¿Mi hermano estaba relacionado con el mundo de la droga?
No, no podía ser. “Mirá, yo conocía a todos los amigos de mi hermano y de
ustedes nunca supe nada así que les pido, por favor, que se retiren y no
vuelvan más”, volví a decir con vos firme. Justo en ese momento entró Florencia
que miró la situación un poco confundida, pero no preguntó nada. Los dos tipos
se levantaron sin decir nada y se fueron, o eso era lo que creía. A la
tardecita, cuando estaba cerrando, sentí un arma en las costillas. “¿Así que te
hacés el machito?”, me dijo una voz gruesa. “Si no querés terminar como tu
hermano cerrá el pico y dejanos trabajar en paz”, terminó de decir y se marchó.
Así fue como en un abrir y cerrar de ojos mi kiosko se transformó en un parador
de transas y yo muchas veces el encargado de hacer los intercambios. Al cabo de
dos meses, conocí a toda la banda, que era mucho más grande de lo que me
imaginaba, y además, me enteré que mi hermano había sido parte de ella. El
kiosko había sido una simple excusa para tapar sus negocios turbios. No se pueden
imaginar la decepción que sentí. Mi hermano mayor, mi ejemplo a seguir y la
persona que siempre admiré no era más que un vil narcotraficante y ahora por él
yo estaba metido en lo mismo, pero no por mucho tiempo más. Lo decidí una
mañana en la que dos integrantes de la banda estaban en mi kiosco y cuando
entró Florencia la miraron de una manera despreciable. Yo estaba muy enamorado
de ella y no iba a permitir que nadie le hiciera daño. Iba a luchar por tener
la paz que mi vida necesitaba. Es increíble como una persona puede hacerte
sacar fuerzas que no tenés, ¿no les parece? Estuve varias semanas planeando la
jugada que haría caer a la banda. Lo único que tenía que hacer era desarmar a
la cúpula y para eso tenía que debilitar a la base. Fui tejiendo mi telaraña
durante un par de meses y el golpe final sucedió un 31 de octubre. Aquí es
donde las versiones se empiezan a entrecruzar, pero les puedo asegurar que yo
no maté a nadie y ningún inocente salió herido. Murieron los que tenían que
morir y están pagando en la cárcel los que tenían que pagar. Por mi parte,
puedo decir que ahora sí, soy un flamante cirujano y Florencia
es la mejor compañera del mundo.
Me encantó!! Super atrapante :)
ResponderBorrarMuchas Gracias!
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