miércoles, 30 de mayo de 2018

Florencia

Lo que les voy a contar sucedió hace ya varios años. Van a escuchar muchas versiones al respecto pero les puedo asegurar que la única verdadera es la mía, el protagonista de esta historia.
Cuando tenía 27 años estaba a punto de convertirme en un flamante cirujano. Solo me faltaban un par de años para terminar mi especialización cuando una tragedia sacudió a mi pequeña familia y mis planes tuvieron que cambiar. El 4 de abril de 2011, mi hermano mayor Manuel fue brutalmente asesinado en la puerta de su kiosko, en el barrio de Chacarita. La versión oficial dijo que había sido un asalto, pero ocho tiros fueron suficientes para sospechar que había pasado algo más.  Luego de su muerte, mi mamá entró en una profunda depresión y, como yo era la única familia que le quedaba, dejé todo para ocuparme de ella. Gracias a Dios, a los pocos meses se pudo recuperar, pero yo ya había renunciado a mi trabajo y perdido mi año universitario. Así  fue como decidí reabrir el kiosko de Manuel para generar ingresos, por lo menos hasta fin de año. Lo que nunca me hubiera imaginado era terminar metido en el mundo en el que me metí.

Una vez rearmado el negocio que heredé pude empezar a disfrutarlo. La verdad es que nunca había hecho nada que no estuviera relacionado con la medicina. Se podría decir que el kiosko me dio otra perspectiva de la vida. A diferencia con el hospital, ahora me encontraba con mucha gente sana y charlatana que me sacaba bastantes sonrisas. Al poco tiempo de abrir ya tenía a mis clientes recurrentes, entre ellos, mis cinco soles. Mía, Catalina, Lola, Sofía y Rosario venían todos los días a comprarme cosas. Al principio, con mucha ingenuidad, pensaba que realmente venían en busca de golosinas, pero después me di cuenta que tenían otras intensiones conmigo. Si bien era una más linda que la otra, ninguna superaba los 20 años, por lo que ni siquiera se me ocurrió intentar nada, pero sí, me gustaba divertirme un poco cada vez que las veía. Mi juego consistía en hacerlas pensar que las estaba seduciendo, las saludaba con un beso, les sonreía, les decía que estaban lindas y ellas se iban del negocio felices como si hubieran conquistado el mundo. Lo único que tenía que procurar era que no se cruzaran que, en realidad, era algo que casi nunca ocurría, pero si pasaba ya tenía preparadas mis técnicas para no se dieran cuenta de nada. Un día, después de la visita de Lola y antes de la de Rosario, llegó una chica que no había visto antes. Me saludó sonriente sin prestarme mucha atención y se fue a agarrar un agua. Fue recién cuando vino a pagarme y nos miramos a los ojos que intuí que mis cinco soles se podrían llegar a convertir en seis. Tal como suponía, aquella muchachita volvió a la mañana siguiente, a la otra y la otra. Se llamaba Florencia, tenía 25 años y trabajaba cerca del local. Al principio pensé que podía ser parte de mi grupo selecto, de hecho creí que lo estaba logrando pero, para mi sorpresa, esta chica era muy astuta y una gran actriz. Mientras yo pensaba que estaba jugando con ella, era ella la que se reía de mí. No sé cómo hizo, pero descubrió mi juego y me desenmascaró. Esto hizo que empezáramos una linda amistad y que con el tiempo comenzara a sentir algo por ella. Algo que iba creciendo día a día y que hizo que hasta dejara de jugar con mis soles.  La esperaba todos los días a las 8:45 de la mañana y cuando no pasaba sentía que a mi día le había faltado un poco de luz. 

Un jueves, mientras no paraba de mirar para afuera para verla llegar, entró un hombre que sin dirigirme la palabra se sirvió un café y se sentó en una de las mesas. Se veía algo extraño, pero estaba muy tranquilo. A los cinco minutos llegó otro que hizo exactamente lo mismo y se sentó en frente del primero lo que fue más raro aún. Se miraron  y luego vi que, con disimulo, se intercambiaron unas bolsitas y dinero. “Ah no, acá no”, me dije. Me acerqué a ellos y les pedí con mucha cortesía que por favor se retirasen. “Somos amigos de Manuel”, me contestaron y yo quedé completamente helado. ¿Mi hermano estaba relacionado con el mundo de la droga? No, no podía ser. “Mirá, yo conocía a todos los amigos de mi hermano y de ustedes nunca supe nada así que les pido, por favor, que se retiren y no vuelvan más”, volví a decir con vos firme. Justo en ese momento entró Florencia que miró la situación un poco confundida, pero no preguntó nada. Los dos tipos se levantaron sin decir nada y se fueron, o eso era lo que creía. A la tardecita, cuando estaba cerrando, sentí un arma en las costillas. “¿Así que te hacés el machito?”, me dijo una voz gruesa. “Si no querés terminar como tu hermano cerrá el pico y dejanos trabajar en paz”, terminó de decir y se marchó. Así fue como en un abrir y cerrar de ojos mi kiosko se transformó en un parador de transas y yo muchas veces el encargado de hacer los intercambios. Al cabo de dos meses, conocí a toda la banda, que era mucho más grande de lo que me imaginaba, y además, me enteré que mi hermano había sido parte de ella. El kiosko había sido una simple excusa para tapar sus negocios turbios. No se pueden imaginar la decepción que sentí. Mi hermano mayor, mi ejemplo a seguir y la persona que siempre admiré no era más que un vil narcotraficante y ahora por él yo estaba metido en lo mismo, pero no por mucho tiempo más. Lo decidí una mañana en la que dos integrantes de la banda estaban en mi kiosco y cuando entró Florencia la miraron de una manera despreciable. Yo estaba muy enamorado de ella y no iba a permitir que nadie le hiciera daño. Iba a luchar por tener la paz que mi vida necesitaba. Es increíble como una persona puede hacerte sacar fuerzas que no tenés, ¿no les parece? Estuve varias semanas planeando la jugada que haría caer a la banda. Lo único que tenía que hacer era desarmar a la cúpula y para eso tenía que debilitar a la base. Fui tejiendo mi telaraña durante un par de meses y el golpe final sucedió un 31 de octubre. Aquí es donde las versiones se empiezan a entrecruzar, pero les puedo asegurar que yo no maté a nadie y ningún inocente salió herido. Murieron los que tenían que morir y están pagando en la cárcel los que tenían que pagar. Por mi parte, puedo decir que ahora sí, soy un flamante cirujano y Florencia es la mejor compañera del mundo. 


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