La primera cita después de cortar una relación con alguien que quisiste
muchísimo es más bien un trampolín para volver a meterse en el ruedo. En
realidad, no es que uno quiere salir verdaderamente, lo hace solo porque ya no
da seguir llorando debajo de las sábanas cuando ya se sabe que no hay vuelta
atrás. Mi bautismo de fuego fue el último día de octubre. Una semana antes, un
chico que apenas conocía de vista de algunas fiestas, me agregó a Instagram y
me habló. En lo poco que duró la charla, me hizo reír un algunas veces y además
me di cuenta de que teníamos un par de cosas en común. Esto me llamó la
atención ya que luego de cortar, pensé nunca iba a volver a encontrar a alguien
con mis mismos gustos. Dramatismo típico de recién separado. La cuestión es que
cuando me preguntó si quería ir a tomar algo, le dije que sí sin dudar. El tema vino después, el día de la cita. Me
levanté nerviosa y durante todo el día me sentí arrepentida de haberle dicho
que sí. Sentía que me había apresurado y todavía no estaba lista para salir con
otra persona. Mil veces estuve a punto de abrir la conversación de Whatsapp
para cancelarle, pero decidí esperar hasta último momento. Cuando salí de la
oficina, me fui para el gimnasio, como todos los miércoles. Ahí ocurrió el
milagro. La clase fue de esas bien arriba, en la que dejás la vida y el alma, y
eso me dio mucho positivismo. Volví caminado con toda la actitud y cuando
llegué a mi casa me bañé, me puse una pollera de jean y un top que me quedaba
divino. Antes de salir, saqué mis cartas de tarot y me tiré una carta. La
estrella. En pocas palabras y a grandes rasgos es una carta que indica que todo
lo que estaba mal, iba a empezar a estar bien. Eso me dio todavía más fuerza.
El día estaba hermoso y el bar donde me iba a encontrar con mi cita era
relativamente cerca, de manera que decidí ir caminando. Cuando estaba a unas
cuadras miré el reloj, faltaban cinco minutos para la hora del encuentro, pero
a mi todavía me faltaban diez para llegar. Maldije por haber calculado mal el
horario. Odiaba dar una primera impresión de persona impuntual cuando no lo
era. En ese mismo instante, me llegó un mensaje de él. “Yo ya llegué. Te
espero”, decía. “Llegó en diez”, le contesté yo y apuré el paso.
Cuando llegué, eché un vistazo rápido al lugar y lo vi sentado en una de
las mesas del fondo. Le sonreí y le hice una seña con la mano. Mientras me
acercaba, miré para la mesa donde me había sentado la última vez que había ido
a ese bar con mi ex. Aquel día discutimos muy fuerte, no cortamos, pero si me
saqué el anillo que compartíamos y que él no llevaba puesto hacía semanas. Podría
haber elegido otro bar ya que a ese íbamos de vez en cuando con él, pero no soy
de las personas que van a un lugar con su pareja y después cuando cortan ya no
lo pueden volver a pisar. Además, tenía 2x1 en comida y bebida, algo que no se
podía desaprovechar. Aparte, supuse que no había chance de encontrármelo ya que
era miércoles y ese día él trabajaba hasta tarde. Cuando llegué a la mesa, le
di un beso en el cachete, me senté en frente de él y me disculpé por haber
llegado tarde. “No te preocupes”, me dijo mientras guardaba unos libros y agregó:
“Yo llegué un rato antes porque tenía que hacer unas cosas”. Lo observé un
poco. Era lindo y tenía buena energía. Seguro la iba a pasar bien. Aparte la
carta auguraba eso. Llegó la moza y nos dio el menú. En ese momento me di
cuenta de que tenía hambre. “¿Qué tenés ganas de pedir?”, le pregunté rogando
que quisiera una hamburguesa, así usábamos el 2x1. “Creo que una hamburguesa”,
me contestó y festejé por dentro. Vino la moza y pedimos. Nos pusimos a hablar
de cualquier cosa y me reí mucho. Hacía mucho que no me reía. De repente, tres
personas se sentaron en la mesa de al lado, pero estaba tan entretenida que ni
les presté atención. Seguí hablando con mi chico. Además de tener muchas cosas
en común, era una persona muy interesante. Llegaron las hamburguesas y con
ellas, también llegó al bar un chico que me llamó la atención porque estaba
vestido con equipo de gimnasia. Le miré la cara y casi me desamayé. La persona
que acababa de entrar y que estaba caminando hacia la mesa que estaba al lado
mío era nada más y nada menos que mi ex. Cuando se sentó, los vi a todos: Tato,
Sapo y Lucas. El grupete que no había registrado cuando llegó eran todos sus
amigos. El estómago se me cerró por completo. No me cabía ni una papa frita del
montón que tenía. ¿Qué debía hacer? ¿Contarle a mi acompañante la situación y
cambiarnos de mesa? ¿Decirle a él que se cambie? Ninguna de las opciones me
pareció adecuada. No quería que mi chico se enterara de todo el drama que había
vivido y que estaba viviendo con mi ex al lado. Respiré profundamente y decidí
continuar como si él no estuviera ahí. Difícil. Me llevé la hamburguesa a la
boca, pero de solo sentir el olor se me revolvió todo el estómago. No podía
vomitar ahí. Iba a tener que hacer un esfuerzo. Comí como pude un pedacito.
Estaba cruda. Gracias a Dios esa hamburguesa estaba cruda y tenía una excusa
para no comer. “Está cruda, no puedo comerla así”, le dije a mi cita y él miró
la suya y se dio cuenta de que estaba en las mismas condiciones. “¿Querés que
la cambiemos?”, me preguntó. “No, está bien. Se me fue un poco el hambre con
verla así”, mentí. Mientras tanto en la mesa de al lado conversaban sin parar.
¿Qué estaban diciendo? Paré la oreja para ver si podía escuchar algo, pero me
encontré con un problema. Si bien tenemos dos orejas, es un poco difícil estar
pendiente de dos conversaciones a la vez. Si me enfocaba en la conversación de
al lado, no podía escuchar las palabras que me venían de frente. “Basta. No
puedo seguir así”, me dije y agregué: “Vine a esta cita para olvidarme de mi
ex, no voy a estar pendiente de él”, y empecé a construir una pared invisible
entre las dos mesas. Cuando ya tuve dos filas de ladrillos hechas, me empecé a
sentir mejor. Además, la conversación con mi chico se había puesto interesante.
Puse un poco más de cemento y arranqué con la tercera fila de ladrillos, pero
en ese momento una parte de mi ex se salió de su cuerpo y se acercó a mi
construcción. Empecé a poner los ladrillos cada vez más rápido, pero él se
empezó a reír y se apoyó en un costado. “¿De verdad pensaste que con este
flacucho cabeza de fósforo me ibas a olvidar?”, me dijo de repente. “Basta.
Andate”, le grité yo. En ese momento mi cita me empezó a preguntar por las
cartas de tarot y mi ex, que había empezado a tirar algunos ladrillos me dijo:
“¿Te acordás la última vez que vinimos acá? Me tiraste las cartas y me salía El
Diablo todo el tiempo. Te enojaste porque decías que me quería liberar de vos.
Tenías razón. Lástima que no me animé a hacerlo ese día”. Empecé a poner los
ladrillos nuevamente y hacer las filas lo más rápido que podía. “¿Por qué no le
tirás las cartas a él? A ver que le sale. Te apuesto lo que quieras que en el
amor no le va a salir nada lindo. ¿Cómo le va a salir algo bueno si seguís
enamorada de mi?”, me dijo luego. “Callate. No sigo enamorada de vos. Si no, no
podría estar acá. ¿O te pensás que soy como vos, que al día siguiente de cortar
ya estabas con otra?”, le dije con bronca, pero sintiéndome un poco más segura
conmigo misma. Se ve que la energía de El Carro se había apoderado de mí. Seguí
sumando ladrillos a mi pared. “Vas a ver que salen hoy y no te va a dar más
bola”, siguió diciéndome para darme inseguridad. “Y si te sigue dando bola, va
a ser solo para llevarte a la cama”, continuó. “Basta. ¿Te pensás que son todos
mentirosos como vos?”, le grité yo sin dejar de poner los ladrillos. “¿Yo
mentiroso? Yo nunca te mentí, solo te oculté, que es diferente”. Lo miré con
mucha bronca acordándome de todo lo que me había ocultado en el tiempo que
habíamos estado juntos. Seguí sumando ladrillos apretando los dientes para no enloquecer
y mordiéndome la lengua para no decirle todas las cosas que pensaba sobre él. Ya
tenía construida un poco más de la mitad de la pared. Con algunas filas más se
iba a terminar la pesadilla. Sin embargo, aunque ya apenas le veía el pecho, mi
ex, seguía insistiendo. “Uy, me parece que te quiere dar un beso. ¿Te acordás
cuando nos dimos el nuestro?”, empezó a meter el dedo en la llaga. “¿Y te
acordás de nuestra primera cita? Te llevé a un lugar mucho más lindo que este. Y
te invité yo. Este no tiene pinta de largar la plata”. En ese momento algunos
ladrillos se cayeron. Traté de ponerlos de nuevo, pero no se pegaban. “Estabas
linda ese día”, me dijo de repente con la voz un poco quebrada. Se cayeron
algunos ladrillos más, pero no intenté ponerlos de nuevo. Me extendió la mano y
me dijo que quizás podíamos volver a intentarlo. Se la estaba a punto de dar,
cuando mi acompañante me hizo una pregunta que me llamó la atención. “¿Qué
carta te describiría a vos en esta cita?”. Mientras pensaba coloqué los
ladrillos que se habían caído en la pared. “La sacerdotisa”, le contesté ya que
mi intuición me había llevado hasta ese bar, pero a la vez tenía muchas cosas
guardadas. Mi acompañante sonrió y se me empezó a acercar. En ese momento mi
cabeza estaba a mil. ¡Me iba a besar y mi ex estaba al lado! “No lo beses”, me
gritó su desdoblamiento. “¿Te pensás que vas a sentir lo mismo que sentías
conmigo?”, continuó. Cuando escuché eso, pensé que la pared se iba a derrumbar
por completo porque tenía razón. Desde que había cortado, todos los besos que
había dado habían sido completamente vacíos. Lo miré a los ojos para terminar
de rendirme y tirar abajo toda esa pared, pero cuando lo hice me vi a mí y me
vi bien. Me vi sin lágrimas en los ojos. Me vi sin ojeras por pasarme noches
sin dormir. Me vi linda como hacía mucho no me veía. Entonces di vuelta la cara
justo en el momento en que la boca de mi acompañante llegó a la mía. Nuestras
lenguas se empezaron a entre cruzar, y si bien no sentí lo que sentía cada vez
que besaba a mi ex, sentí algo y eso me dio esperanza. En ese instante también
me acordé de La Estrella, la carta que había sacado antes de salir de mi casa.
“Todo lo que estaba mal, ahora va a empezar a ir bien”, me dije y con esa
fuerza, terminé de construir la pared.